domingo, 19 de diciembre de 2010

ANA

Ahí está ella, una mujer común en nuestra sociedad, parte de la clase media, hija de empleados de la empresa privada, de escaladores de puestos, de recaudadores de salarios mínimos paulatinamente aumentados por derecho de ley. Completamente vulgar, alguien con quien compartirías asiento en un bus ruta “Cerro Grande-Kennedy” una más de tus compañeras en Redacción General o Historia de Honduras, otra ciudadana con la genética habitual de las personas en nuestro país: Estatura de 1.50, tez morena, cabello negro lacio, con el cuerpo firme gracias al trabajo doméstico.

Educada por El Canal de Las Estrellas y Sábado Gigante, que han tenido mayor influencia en su vida que la escuela y que sus mismos padres. Con su vestimenta “POP CULTURE” siempre a la moda, pues la susodicha es también empleada de la empresa privada desde las vacaciones pasadas y es de hecho su trabajo atender a clientas de una tienda prestigiosa de ropa juvenil.

Más su trabajo no es lo que nos concierne, resulta ser que esta mujer tan regular sufre un trastorno tan regular como ella, está deprimida como cientos y cientos de seres humanos en la faz de la tierra, según muestran las estadísticas. Y ahí se encuentra, abrazando su almohada, empapándola en llanto, automutilándose emocionalmente y golpeándose contra las paredes de su propia conciencia. Todas sus opiniones, sus actuaciones y sus decisiones son un gran reproche. Se pregunta por qué ella no es capaz de aprobar las clases con facilidad, por qué va repitiendo Matemáticas 112 por cuarta vez; por qué sus papás nunca le dieron un Ipod o una Black Berry o le pagaron sin problemas un viaje a Cancún, es más, por qué no nació en otro país; por qué su chico no luce como William Levy y es tan taimado e inútil como la mayoría; por qué nació chaparra y fea, por qué no puede lucir como Belinda y ser “artista” como ella; por qué para Dios es un pecado que se largue con su novio taxista a vivir en unión libre y por qué sólo ha podido levantarse a un taxista y no a un médico o un abogado que le haga la vida… En fin, se cuestiona perennemente qué va a ser de su vida con tantos porqués. La mujer ha llegado a una conclusión, su problema sin tratamiento se ha vuelto un monstruo titánico que no la deja dormir, le impide comer y la ha orillado, ahora debe saltar. Tiene que morir y no existe Prozac ni Terapia Cognitiva capaz de hacerle retroceder siquiera un milímetro en su decisión. No significa que la mujer saltará de un edificio para partirse el cráneo y así alcanzar su cometido, más bien optará por otra de las formas comunes de suicidio, les será explicado por ella misma:

“A mi mami le recetaron Valium, Diazepan también le dicen, para controlar los nervios, ya te imaginás que es una de esas viejas que se hacen las enfermas para que los hijos no les hagan cagadales… Histérica. Entonces tomé el bote de pastillas del botiquín de baño, me las tomé en grupos de 5, seis sorbos de agua y listo, tenía 30 pastillas regurgitando en la panza, el doble de la dosis que según hablan es mortal”

La chica sigue con vida después de 600 mg de muerte y además asegura haber vivido una travesía larga y dura para tener una nueva oportunidad de vivir, aunque todo este cuento fuera un delirio suyo, sería una historia interesante ¿No lo creen?

Entonces regresemos al momento de su muerte. Ana, de 19 años 5 meses ha tomado las pastillas, 30 de ellas como dije antes y rápidamente comienza a sufrir los efectos físicos de la sobredosis de ansiolíticos. Adormecida, fría, como desvaneciéndose, poco a poco va perdiendo el aliento y su piel se va tornando violeta. Ella dice:

“No recuerdo cuando llegué a estar completamente muerta, el caso es que después de dormirme, me levanté de un solo, como si me despertará un susto. Ya no estaba en mi cuerpo, estaba afuera, podía verme tirada. Al principio fue como que shock, después pensé que era divertido ¿por qué me iba a sentir triste si era lo que yo quería? Si ya había muerto y lo que me tocaba era deambular como alma en pena, eso era mejor que quemarme en el infierno -que según yo era lo que se ganaban los suicidas- y además mucho mejor que ser una miserable”

Puede ponerse de pie, pero no puede separarse de su cuerpo inerte, está parada exactamente sobre su pecho. Es ahora un ser transparente sin forma ni identidad, no tiene características físicas, no es portadora de su nombre, por ello consideré obviarlo antes. Por fin se ha librado de su cara genérica, se ha salido del molde en que toda su vida se conformaba y se conformaría. Ana se siente libre, solo necesita saber cómo carajos zafarse de su cadáver.

De repente, algo comienza a abrirse en su pecho, un hoyo negro que parece tener una profundidad infinita, la chica al no poder moverse comienza a ser absorbida por el mismo. Al ser tragada ‘siente’ (si es que existe alguna sensación en el estado corpóreo en el que se encuentra Ana) como si tratara de atravesar su ‘cuerpo’ por un agujero de 2 cm, está siendo desgarrada, digerida por el hoyo negro en su pecho y a medida que su materia atraviesa al otro lado, drenada como el agua de un inodoro cuando se jala la cadena, sus miembros se vuelven humanos de nuevo.

Ana es ella otra vez, con su cuerpo de ‘Gente’ nadando en un material viscoso dentro de una bóveda de paredes rosadas. Se da cuenta que está dentro de un útero. Trata de nadar hacia la salida, siendo sumamente pequeña ahí dentro, debe nadar 18 metros hacia abajo. Bracea, patalea contra la corriente de líquido amniótico y finalmente ve la luz a través de un orificio. Empuja y empuja su cuerpo hacia el exterior, cerrando sus ojos con fuerza. Si le preguntan cómo se ‘siente’ ella diría:

“Es como tratar de Salir de un globo, el hule se pega a la piel y te jala el pelo”

La mitad de su cuerpo está en el exterior, extiende las manos para palpar el lugar en que se encuentra. Es seco, al menos. Toca una superficie plana con textura de peluche, todavía no abre los ojos. Se empuja con los brazos hacia afuera y haciendo una vuelta de carnero cae sobre la superficie que antes tocó. Por fin se atreve a mirar. Cómo es posible que el agujero por el que salió esté a una distancia cuasi-incontable, se observa como una estrella en el cielo a 40 mil billones de kilómetros lejos del lugar donde yace ella, un lugar esta vez muy parecido a la tierra, pero con variaciones importantes. Es un campo sempiterno de felpa verde con cielo de algodón azul y blanco que se juntan en el horizonte.

Allá va Ana, caminando en el infinito verde hacia la nada. No tiene necesidad de agua, ni hambre, ni una pisca de cansancio, caminar ahí es como dar pasos sobre un colchón. Así que, si guardara las mismas propiedades que un colchón ‘normal’, al saltar encima de él ella sería abalanzada hacia arriba. Con un solo salto Ana comprueba que su hipótesis es cierta y vuela tan alto que es capaz de agarrar una nube, sube, logra sentarse sobre ella y ahí arriba con la vista del panorama completo trata de encontrar el final del campo y el inicio de algo más. De todas formas y en todas las direcciones que mira, no encuentra la disyuntiva. Todo es igual ahí. No hay tiempo, no hay clima, no cambia en absoluto. Sólo los conocimientos de Ana se mueven en ese lugar, ella le da vueltas a sus recuerdos que se vuelven táctiles antes sus ojos, mas no pueden modificarse de ninguna manera. Recuerda a su madre y esta se vuelve una mampara de colores azulados, que parpadean de vez en cuando como si hubiese una transferencia en la transmisión, ella habla y hace sus ademanes de enferma. Ana la toca, la voltea y la rota, pero su madre, o más bien su recuerdo de ella, es una tarjeta bidimensional:

“Ése es el material de los recuerdos, algo como plástico o luz, como si el aire formara una pantalla en la que se proyectan las cuestiones que uno recuerda y así se forman las personas, los lugares en recuadros de luz o plástico que uno puede tocar. Es pije raro”

Ana pasa mucho tiempo en el campo de felpa, muda de nube de cuando en cuando, recordando casi todos sus acontecimientos vitales, desde el nacimiento hasta el inicio de la depresión. Ella no se ha dado cuenta, pero su muerte y los motivos de ésta han comenzado a suprimirse, quizá es porque todavía no ha llegado a recordarlos (se encuentra en los recuerdos de sus 15 años: Su primer beso, su primera expulsión de la escuela, su primera cerveza, cuantas primeras veces tuvo a los 15… Tantas que las nubes se están llenado de pantallas) Perdida en sus recuerdos ella vaga sobre el cielo.

Una vez que todo lo que conoce aparece frente a ella; exceptuando su desesperación y su muerte; la niña, la adolescente, la mujer que en ella han hecho un conjunto que llamamos personalidad, quedan vagando circularmente entre las proyecciones de su memoria, bailan dando volteretas entre todas sus experiencias. Seguramente ese es el purgatorio del que nos han hablado, porque es en ese lugar donde ella ha sacado cada momento agradable y desagradable, para hacer acrobacias y coreografías al ritmo de quien sabe qué. Probablemente sin enterarse ha reflexionado sobre ellas y ha logrado asimilarlo todo. Después de esa explosión rítmico-narcisista-nirvánica, la chica logra romper la hipnosis, y se percata que en el suelo de felpa se han abierto miles y millones de agujeros de golf.

Ya que descubrió que tenía habilidades gimnásticas Ana salta sin vacilar, sin elegir un agujero específico hace un clavado con la certeza de que atinará ‘hoyo en uno’ y lo hace. Cae despacio, podríamos afirmar que se desliza en cámara lenta por debajo de la felpa. Ahí hay muchos resortes como los que tienen dentro los colchones, detenidos en esponja negra, irónicamente (si podemos decir que en esa dimensión existe la ironía) sí es un colchón. Mientras desciende, el aire juega con su pelo, se resbala por su piel con delicadeza, ella está feliz, muy feliz. Es más, su estado emocional es un éxtasis orgásmico:

“No lo puedo explicar, pero yo sabía que esa sensación era el dichoso Clímax… como si hubiera tenido muchos orgasmos cuando vivía, no es así exactamente, pero yo sabía que eso debe sentir uno cuando… cuando ‘llega’”

Espera el golpe de la caída con ansias, cree que va a tener una explosión indescriptiblemente maravillosa. Se acerca al suelo y en vez de retraerse para protegerse del golpe, Ana se extiende cerrando los ojos, no por miedo, sino porque se siente plena, abre las palmas por completo, estira las piernas como bailarina de ballet y ¡¡!!... No toca tierra, sigue flotando delicadamente sobre el área. Así que se voltea, y con la misma postura de bailarina se pone de pie. La excitación no ha disminuido, mira hacia arriba con curiosidad y el cielo de este lugar es de resortes, los que iba dejando arriba mientras caía. Observa ahora cuidadosamente a su alrededor, está rodeada de una neblina que brilla y cambia de color el piso es igual como un puente de vidrios rotos que se extiende sobre un río multicolor. Es hermoso. Intrigada ella llama a alguien, sabe que en ese lugar algo espera por ella, algo va a responder su llamado:

“Grite ¡Hola!, en realidad fue más como un jadeo o gemido lo que hice ¡Ay Dios! Adiviná qué apareció ¡Un montón de pitos y de cuchis! ¡Ay dios! ¡Qué cosas! sí me da pena contar esto, pero fue lo que pasó”

Veinte genitales gigantes y heterogéneos rodean a la mujer, todos distintos en color y tamaño. Ana explota de placer, esa tierra huele exquisitamente, exuda olor a hombres y a mujeres, a flores, a comida, huele a fiesta, a holgorio eterno. Ana los abraza, los besa cariñosamente, apasionadamente. Los ama a todos y no les teme como lo hizo cuando era terrícola, nadie la está obligando a darles ‘la prueba de amor’ ella los desea a todos, inclusive a las vaginas, los añora hambrienta de sexo. En este escenario tampoco puede saberse cuánto tiempo demorará en trascender. Seguramente tardará mucho porque se siente cómoda, no embobada como estaba en el purgatorio. Se siente sagaz, juguetona, líder. Ahí es todo lo que no pudo ser y lo mejor es que no está sola.

No desea parar de hacer el amor con cada uno de sus acompañantes, hasta que encuentra a uno que dentro de la fantasía le parece aterrador, la amenaza eyaculando alborotado. Al verlo Ana se aferra al pubis de una amiga, trata de esconderse tras ella pero el falo perverso no para de acecharla. Pánico terrible la invade, tiene que correr, desea correr lo más rápido posible. Pero no es posible, sus pies trastabean y se tambalean, tropezando en el mismo lugar, su terror aumenta y aumenta, su excitación se convierte en agitación, en deseos de huir de la locura o de la muerte (yo tampoco entiendo cómo es posible ese pensamiento, si es que existen pensamientos en esa dimensión) no soporta la angustia, se desborda de ansiedad. Entonces todo comienza a destruirse y a desaparecer. El vidrio se hace trizas y se esparce como tiza de colores, el agua se evapora en matices y destellos. Todo se esfuma.

Así la mujer queda cercada por el vacío, en un espacio completamente lleno de nada. La agitación disminuye gradualmente, ella va recobrando la calma. Aquí es donde Ana percibe que su ‘cuerpo’ está totalmente desnudo. No flota, pero tampoco se apoya en algo sólido. Sólo permanece. Desnuda, simple, vacía también. En la blancura Ana no camina, no se mueve solo vegeta, siempre vegeta. Ni siquiera ella podría explicarlo, simplemente diría:

“No… no fijate, ahí no sé lo que pasó”

Aunque lo sabe, pero en palabras terrenales es imposible de plasmar. No se puede conceptualizar mejor que con las palabras ‘nada’ y ‘vacío’.

Sin embargo, así como su inexplicable estado, inauditamente su actividad regresa. Ella comienza a extrañar el color, los olores, el hambre, la sed, la pasión. Extraña sentirse humana. Así que trata de regresar al lugar desvanecido, rascando con ímpetu las paredes. Rasguña con terquedad, con ahínco, casi con furia, esperando que se cuele la neblina de color por alguna rajadura y para su sorpresa alguien le habla:

-Aquí nadie retrocede.

No reconoce su propia voz… Tampoco cesa en su intento de rasgar la blancura a pesar de la advertencia. De pronto, una lluvia de fuego comienza a caer, se derrama por las paredes blancas que se queman como el papel, gotas de fuego lo achicharran todo, arrasan la nada, carbonizan el vacío. Las flamas no tocan a la mujer. La blancura a medida que se va quemando se achica y se adhiere a su cuerpo, se extingue pegándose a ella, formando un capullo.

El capullo se cierra completamente, adentro está oscuro. Ana escucha como su envoltura golpea algo líquido, puede oír cómo se sumerge dentro de esa sustancia, después de algún tiempo la cápsula comienza a disolverse y ella se zambulle en un líquido rojo y espeso en el que puede respirar con tranquilidad. Es sangre. La chica es transportada a través del torrente sanguíneo sin dirección aparente, pero su trajín termina en el cerebro. Parada sobre la masa viscosa de su lóbulo frontal su vos se escucha de nuevo haciendo preguntas.

-Ana ¿Querés regresar? ¿Querés vivir de nuevo?

“Respondí que sí”

Despierta en una camilla de hospital, sus padres lloran a su diestra y está rodeada de flores y diversos presentes deseando su pronta recuperación. No ha olvidado nada, si lo hubiera hecho cómo habríamos escuchado su fabulosa historia.

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